La relación entre el “transporte de caudales digitales” y los espejitos de colores
Por Mauro Contardi,
Product Manager, Data Transport & Infrastructure
Level 3, Latin America
A riesgo de despistar ya desde el inicio al lector que ni siquiera sabe de qué le voy a hablar, le pregunto: ¿Recuerdan al querible Manolito, el pequeño comerciante amigo de Mafalda, el personaje de Quino? Bueno, lo menciono porque el día de hoy se me vino a la mente una historieta en particular que lo involucraba: aquella en la que el personaje en cuestión veía pasar un camión de caudales y pensaba para sus adentros “sexy el furgoncito”. Y más allá de pensar “el que no haya sentido eso alguna vez, que tire la primera piedra”, me pregunté: ¿vemos tantos camiones de caudales como antes? Y me dio la sensación de que si bien siguen existiendo, su uso para el fin específico de transportar billetes y monedas físicos ha perdido peso en el volumen total de transporte de dinero.
Porque lo que se ha producido en los últimos años es otro fenómeno: dada la evolución que ha tenido la digitalización del sector bancario y el financiero en general, con la proliferación de los plásticos, la internacionalización de los mercados de capital, de la colocación de dinero, el tráfico informático de títulos, valores y moneda se ha incrementado exponencialmente.
Eso no sólo provoca que muchos de nosotros casi ni pisemos un banco más que para retirar efectivo de vez en cuando, sino que también hace que las mismas entidades financieras tengan que digitalizar todas sus operaciones. Eso las lleva a que, así como el dinero físico es almacenado en bóvedas de alta seguridad, lo mismo debe ocurrir con los valores digitales. En términos prácticos, significa que dicha entidad tiene que disponer de un centro de cómputos o “data center” donde guardar toda esta información, que bien puede ser propio, o tercerizado. Pero además, les exige establecer redes de alta velocidad, para que su “transporte de caudales digitales” se efectúe con una altísima seguridad.
Porque se imaginarán que la información sobre su caja de ahorro no está almacenada en un solo lugar, sino en varios simultáneamente; y no porque el banco quiera compartir su información con el mundo, sino porque necesita replicarla en diferentes dispositivos, por si alguno de ellos falla. Este sistema, además de evitar que los clientes pierdan seguimiento de sus operaciones (y su dinero, claro), también beneficia la continuidad del negocio. Es decir, de no existir tal redundancia de equipamiento y de información, la entidad financiera podría ver suspendida su actividad comercial, con el consiguiente impacto en sus ingresos.
El Banco Central de cada país para administrar estas cuestiones, suele reglamentar cómo deben ser los dispositivos de almacenamiento, y la conexión entre cada uno de ellos. Por supuesto, lo hace en base mencionado anteriormente: mayor seguridad y volumen de tráfico. Y ahí llegamos a los “espejitos de colores” y nos volvemos a concentrar en el transporte de estos caudales, que después de todo era la idea de esta columna. Porque resulta ser que en la actualidad, la tecnología que se está imponiendo para hacer este transporte, es aquella basada en “DWDM” (Dense Wavelength Division Multiplexing).
¿Y eso cómo se traduce? Bueno, el lector estará supongo ya familiarizado con la utilización de la fibra óptica tanto para telecomunicaciones como para televisión por cable y otros usos. Pero probablemente nadie nos haya explicado cómo es que se transmite la información a través de la misma, por lo que voy a intentar hacerlo rápidamente: lo que transporta la fibra óptica es luz, que es emitida por equipamiento electrónico, en secuencias que, codificadas en un extremo y decodificadas en el otro, se traducen en información. Algo así como señales de humo, sólo que dentro de un cable ínfimo, que puede transportar muchísima más información por miles de kilómetros.
Pero entonces, ¿qué es lo que agrega DWDM que sea tan importante para los usos que comentaba anteriormente? Además de emitir flashes de luz, aprovecha el espectro de luz que nos enseñaron en Física. Es decir, divide una única luz en diferentes longitudes de onda y la transforma en colores. Esos colores son transportados a través de la fibra óptica, y repetidos por diferentes caminos a través de espejos pequeñísimos, que se encargan de mantener a cada color por el camino correcto.
Con este pase mágico, la capacidad de “transporte de caudales digitales” en un solo par de pelos de fibra óptica se multiplica por la cantidad de colores en que pueda dividirse la luz; y es por eso que esta tecnología DWDM permite transportar por un solo canal hasta 100Gbps (Gigabits por segundo), y en una sola fibra puede tener hasta 80 canales. O sea, podría transportar hasta 8Tbps (Terabits por segundo), que es algo así como transportar en menos de un segundo el contenido de más de 300 DVDs. Pero además, este método hace que el nivel de confidencialidad de la información sea más alto que cualquier otra tecnología, lo cual satisface las exigencias de seguridad de las que hablaba antes.
Así que, la próxima vez que haga algo tan simple y cotidiano como pagar la luz o realizar la transferencia de expensas por internet, piense que lo más probable es que esa información esté siendo transportada por un cablecito del grosor de un pelo humano, a través de luces de colores. Digno de Ray Bradbury, ¿no?